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LO QUE HAN VISTO MIS OJOS
Lo que ha estremecido mi corazón
Han sido 21 días en tierras venezolanas. Parece poco y mi corazón siente que es poco, me han permitido experimentar lo que ya sabía, una realidad que diariamente se torna sorpresiva. Cambios sociales, culturales, ambientales y hasta familiares, dejan abierta la puerta de la sorpresa y más allá, solo se ven interrogantes.
Hogares donde a la mesa quedaron vacíos los sitios de 2, 4 o 6 familiares que tuvieron que emigrar.
Colas interminables para poder adquirir cosas que otros tenemos al alcance de la mano y no valoramos: un pollo, pasta, champú, gas, agua potable y muchas cosas más que no alcanzo a enumerar.
Sentir miedo al caminar por una calle, mirar con recelo a mujeres, hombres y hasta niños que se te acercan y no sabes que querrán, hermanos tuyos a los que les tienes miedo.
Mercados mucho más llenos que hace unos años pero todo inaccesible. ¡Un sueldo! Un mes de trabajo puede darte para comprar, un kilo de pasta y un kilo de queso, un champú. Cosas tan absurdas que resultan muy difíciles de entender, mejor dicho, que no se entienden.
Clínicas que cobran en dólares, negocios que no aceptan bolívares.
Somos sin duda el país de los contrastes, echar gasolina al coche (tanque lleno) cuesta 2 bolívares y un champú pequeño cuesta 2400 bs ¿Se entiende?
Tiendas y tiendas cerradas, armarios y armarios vacíos en los que se ponen los productos separaditos para disimular que casi no hay.
En su mayoría las aulas de los colegios las gobiernan jóvenes universitarios que no alcanza el 5º semestres y para los que educar es una pasión, aunque no cuenten con las herramientas para hacerlo bien ya que miles de profesores consagrados las han abandonado para dedicarse a otros trabajos que le resulten más rentables. Los profesores pasan hambre y desearían que más que pagarles les diesen alimentos que poder llevar a sus familias.
Ya mucha gente no acepta el dinero, sino que trabaja por comida.
Es dolor lo que experimento ante tantos cambios y la velocidad de los mismos. Ha sido un mes de reencuentros. He tocado, hablado y llorado con mucha gente, con “mi gente”, con mi barrio, con mi país. Personas que quiero tanto y conozco desde hace muchos años y ver en ellos las secuelas de lo que está pasando: las marcas de la mala alimentación, incluso del hambre, despensas vacías de lo más necesario y nervios frente al mañana incierto. Los tres años que han pasado desde mi última visita les han caído como una pesada losa, incluso el tono de sus voces se va volviendo ajado como consecuencia de ir perdiendo la esperanza.
Pero también me he encontrado con pequeños rayos de luz, algo a lo que agarrarse para poder mantener la esperanza.
Fe y Alegría está recibiendo las bolsitas alimenticias que UNICEF envía a África para paliar el hambre y comenzará a enviarla a sus colegios para ser repartida entre los niños.
Y nuestras hermanas, ¡ole! por nuestras hermanas, por su compromiso activo y sus sueños compartidos, ole, por hacer Reino, por vivir entre los pobres de forma tan sencilla. Ole por la Congregación, por sus proyectos e impulsos. Y ole por Dios que siempre posibilita para nosotros un trabajo fecundo.
Termino con una petición: miren con ternura a Venezuela, no la saquen de sus pensamientos, de sus recuerdos y oren por ella. Dios la sostiene.
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